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Templo de Nuestra Señora de la Luz

Diócesis de Ecatepec, A.R.

 

La Parroquia es la comunidad de bautizados que expresan y confirman su identidad principalmente por la celebración del Sacrificio eucarístico (Ecclesia de Eucharistia, 32). El espacio donde naturalmente se desarrolla la vida eclesial es la parroquia (XIª Asamblea General Ordinaria, Sínodo de obispos, 13). Una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del Obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio (CIC 515-1).

 

La Parroquia, comunidad de comunidades, es la célula viva de la Iglesia y el lugar privilegiado en el que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y de la comunión eclesial. Llamadas a ser casas y escuelas de comunión, las parroquias buscan ser espacios de la iniciación cristiana, de la educación y celebración de la fe, abiertas a la diversidad de carismas, servicios y ministerios, organizadas de modo comunitario y responsable, integradoras de movimientos de apostolado ya existentes, atentas a la diversidad cultural de sus habitantes, abierta a los proyectos pastorales y supraparroquiales y a las realidades circundantes. Los miembros de la comunidad parroquial son responsables de la evangelización bajo la acción del Espíritu Santo, que actúa en Jesucristo. La renovación de las parroquias, al inicio del tercer milenio, exige re formular sus estructuras, para que sea una red de comunidades y grupos, capaces de articularse logrando que sus miembros se sientan y sean realmente discípulos y misioneros de Jesucristo en comunión. Desde la parroquia, hay que anunciar lo que Jesucristo “hizo y enseñó” (Hch 1, 1) mientras estuvo con nosotros. Su Persona y su obra son la buena noticia de salvación anunciada por los ministros y testigos de la Palabra que el Espíritu suscita e inspira. La Palabra acogida es salvífica y reveladora del misterio de Dios y de su voluntad. Toda parroquia está llamada a ser el espacio donde se recibe y acoge la Palabra, se celebra y se expresa en la adoración del Cuerpo de Cristo, y, así, es la fuente dinámica del discipulado misionero. Su propia renovación exige que se deje iluminar siempre de nuevo por la Palabra viva y eficaz. El reto es que todas nuestras parroquias se vuelvan misioneras, debido a que es limitado el número de católicos que llegan a nuestra celebración dominical; en cambio es inmenso el número de los alejados, así como el de los que no conocen a Cristo. Por ello la renovación misionera de las parroquias nos está exigiendo imaginación y creatividad para llegar a las multitudes que anhelan el Evangelio de Jesucristo, entre las que se incluyen el mundo del trabajo, la cultura, las ciencias y las artes, la política, los medios de comunicación y la economía, así como los ámbitos de la familia, la educación, la vida profesional. Siguiendo el ejemplo de la primera comunidad cristiana (cf. Hch 2, 46-47), la comunidad parroquial se reúne para partir el pan de la Palabra y de la Eucaristía y perseverar en la catequesis, en la vida sacramental y la práctica de la caridad. La celebración eucarística es para la Parroquia una escuela de vida cristiana, en ella la parroquia renueva su vida en Cristo y se fortalece la comunidad de los discípulos. Junto con la adoración eucarística y con la práctica del sacramento de la reconciliación para acercarse dignamente a comulgar, se preparan sus miembros en orden a dar frutos permanentes de caridad, reconciliación y justicia para la vida del mundo (Documento de Aparecida No 171-175).

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